Mignon es tierno o lindo
por Yoko Ñim
El cerdo muerto yace en mi plato y se llama Mignon.
es un corte que usualmente es la parte más suave de un rumiante,
pero en este caso le pertenece a un cerdo.
Mignon significa Tierno, y ésa es la parte que como de él.
Es sólo parte de un animal entero.
Esa parte que perteneció a un cerdo.
Uno que respiraba y, que de haber podido,
habría admirado el mismo cielo que yo.
No puedo evitar comerte, le digo.
No tengo fuerza de voluntad.
No tengo fuerza de voluntad ante ninguna injusticia.
No tengo tiempo, me digo.
Llegó una pareja a la barra.
Vienen bastante seguido.
Él es muy incómodo. Siempre mira a las chicas con culpa.
Y la chica que lo acompaña lo sabe.
Finge que no le importa, pero cada tanto lo inspecciona con una rápida ojeada
mientras él sume más la cabeza.
Patético, pienso, y como con culpa disfrazada otro bocado de mignon.
Discúlpame, le digo al cerdo.
Me imagino el sabor de la gloria, y otro bocado entra a mi boca:
la gloria sabe a mignon.
La carne suave se deshace en la lengua. La carne se mezcla bien con la salsa e inunda el paladar.
Victoria.
El cerdo orgulloso de ser alimento del hombre.
Yo ya no siento culpa, pero sí la tengo.
Sólo la silencé,
porque soy cobarde y mediocre.
Soy igual a ustedes, pero me visto mejor.
No sé qué partes son reales de este mundo.
Tampoco puedo ya asegurar si mis recuerdos son de verdad.
Sinceramente me da pavor la locura.
Últimamente no siento esa ancla que se aferra a la realidad.
Hay un susurro que entre que me cuestiona,
entre que me lo afirma:
Estás inventando una realidad.
Y si ya estoy loca, me pregunto:
¿Por qué no te inventas una realidad mejor? Una donde no sienta culpa.
Perdóname, Cerdo.
Ya llegó el postre.
Se llama Kouign-Amann,
se pronuncia Cuñaman,
teníamos la broma:
El hombre cuña.
El kouign-amann es un postre de la parte de bretaña de Francia, no sé qué idioma es, pero significa Tarta de
mantequilla.
Y eso es: mantequilla y azúcar.
El kouign-amann se acompaña con un espejo de crema de lícor de café. Es como un pan de hojaldre, le digo a la
gente.
“Es un pecado”, Dani así los convence y sonríe.
¿Quién no quiere pecar?
Yo no. Un postre es fácil después del cerdo.
Discúlpame, cerdo. Perdóname.
Y pienso en prenderle una veladora.
Mientras una fila de mujeres chaparritas se turna el ir al baño.
Caminan igual y tienen el mismo corte de cabello.
Me miran de reojo.
Pienso que les gusto.
Yo pienso que le gusto a todo mundo.
Perdóname, Cerdo.
Necesito piedad, dios mío. Por favor, tengan piedad.
Necesito enamorarme.
Casi me enamoro.
Casi estaba del otro lado:
viviendo con la claridad con la que viven los ilusionados.
Qué gozo padecer la tristeza.
Y en dos llantos tuve que exprimirlo todo.
Quién fuera Fitzcarraldo, me digo.
Y frente a mí tengo la versión guayaba de él mismo.
Me resultan a veces tan ridículos, tan imbéciles, pero ay... cómo los envidio.
Él es un mal pintor, que enmascara su pobre técnica con un aún peor sentido del humor,
que usa para justificar lo barato de sus materiales.
Ella se ríe de todas sus bromas y lo acaricia con fervor.
Acaricia con pasión sus manos creadores de un mal arte conceptual. Pero él, en ese momento, e incluso ahora,
es el más afortunado. Sólo necesita que ella crea en lo que hace y así es.
Él es afortunado.
Perdóname Cerdo. Tú no lo fuiste. Ya no puedo hacer nada por ti.
Estoy en la pequeña cafetería francesa que se ubica en avenida universidad.
Todos los franceses están locos, me digo.
El dueño de esta cafetería te cocina y atiende mientras silba y lo hace mal. Hace sus compras y silba mientras
cocina, ordena su cocina, y silba, y habla en volumen alto el español... y silba.
El jamón de mi cuernito, ¿será de cerdo?
Perdónenme, por favor.
A veces siento en mi estómago,
parecido a tener un líquido denso y negro.
Muy negro.
Que recubre mis vísceras y del que no puedo deshacerme.
A veces, muchas veces me imagino en un intento por vomitarlo,
pero nunca puedo librarme de él...
me duele el estómago.
Estoy enferma de odio y tristeza.
Aún ahora,
apaciguada tras el desayuno en “Le petit Paris”,
hablando sobre este líquido,
ahí lo siento,
tensando mi estómago,
y la náusea en la garganta.
Sólo necesito compasión y la mía no alcanza. Perdónenme, amigos.
Ojalá que no existas, Dios mío.
Tu presencia es un fastidio.
No soporto la forma en la que hablan los demás de ti.
Perdóname, Dios. Pero ojalá no existieras ni como concepto.
A veces creo que no le caigo bien a mis plantas.
Ya la última que adquirí ni he querido llevarla a casa.
Pienso: todo allá está tan lleno de mí, pobre, mejor la dejo acá,
para que siga con vida.
No pienso así de mí a propósito. Más bien, genuinamente creo en ello. Por favor, planta, no te mueras.
Pienso que se dan cuenta de que me esfuerzo demasiado por tener su simpatía.
Discúlpenme por no darles la opción de existir en otro lugar.
Perdónenme, plantas.
En cambio, pienso, me llevo bien con los minerales.
Las rocas apacibles. Incluso el cemento.
La verdad no lo sé,
tengo el presentimiento de que lo estoy inventando todo.
No soy mala persona, lo juro.
Sólo no es justo esto que la vida me hizo.
“Esto” que no voy a explicar, que tampoco es grave.
Yo vengo del futuro y allá no hay piedad,
Perdónenme, personas del presente.
Yo al igual que ustedes soy nadie.
Mi nombre es mentira.
No se preocupen,
estoy muy tranquila mientras escribo esto.
¿No era acaso la verdad la que nos haría libres?
A veces tengo un impulso,
un deseo,
de salir a las calles nocturnas y despejadas,
que destellan el brillo de la luna
y las estrellas y los faros,
a aullarle al cielo seminublado.
Perdóname, vida. Discúlpame, cerdo.